¿Tiene sentido llegar a la vida para “sufrir” este anhelo que nunca se ve satisfecho?
Esta pregunta me la debí hacer hace muchísimos años. Había llegado el momento de hacer algo respecto.
Reconocía por qué se ha había hecho presente el dolor físico y moral en mi vida, pero… reconocía -verdaderamente- para qué sirve reconocerse perennemente insatisfecho?.
Como quien se dispone a morir (ya nada quedaba en mis manos que tuviera sentido) eché la mirada atrás y empecé a hilvanar cada uno de los momentos luminosos de mi existencia, y ¡vaya sorpresa!, recuperé muchísimos.
Todos y cada uno de ellos tenían que ver con miradas, palabras, gestos, detalles ínfimos de las personas que se habían cruzado en mi camino desde niña.
En la actualidad, y de lo cual me reconozco inmensamente afortunada, cuento con muchísimas personas cercanas y lejanas, de quienes a diario -si, a diario- recibo algo más que respuestas de amistad y cariño convencionales.
No falta quien me critique, ni quien me elogie, ni quien me tome en serio (o en broma), ni quien me acompañe o quien me ignore; porque eso también, que te ignoren o te rechacen, echa luz sobre la existencia; muchísima luz, es oportuno reconocerlo.
Bien, pero en realidad, de qué estoy hablando?
Estoy hablando de que un sencillo gesto para reconocerse amado, como es el de echar mano del flaco recurso de la memoria, transforma la existencia. Y la transforma porque esos casi imperceptibles destellos que recoges por el camino son expresión del amor de Dios en las miradas, los gestos, las palabras de quienes Le aman y que en la medida de su capacidad lo ofrecen.
O es que acaso consideras que es una casualidad o cortesía barata el que un desconocido en la carretera te ceda el paso? O que un “apenas conocido” recuerde tu nombre al pasar de los años, que el tendero tenga listo tu periódico cada mañana, que tu mujer todavía disfrute preparando tu postre preferido o que tus hijos y nietos te sonrían y abracen con ternura a pesar de tus continuas muestras de amargura…?
Pues no, ninguno de esos ínfimos detalles está ahí gratuitamente, existen para que los reconozcas, para que identifiques en ellos con cuánta delicadeza has sido traído a la vida y con cuánto cuidado es atendida tu singular existencia.
Es fácil saber por qué se sufre, pero difícil reconocer por qué no se ha sufrido cuando -perfectamente- pudo haberse sufrido muchísimo más…
Que ha habido dolor físico y moral en tu vida por un pésimo ejercicio de tu libertad, es fácil reconocerlo; pero difícil es reconocer el que, si no has sufrido todo lo que -sin mucho esfuerzo- te habrías ganado, es porque otros han hecho un magnífico ejercicio de su libertad del cual has salido beneficiado.
He ahí el Misterio.
El Misterio insondable de Dios que, bajo el sencillo gesto de haberse hecho uno de nosotros, nos ha ofrecido colocar su corazón en el nuestro para satisfacer nuestro anhelo.
Si, tiene sentido y lo tiene porque es la única ruta posible -a través de tu corazón- al mismísimo corazón de Cristo.
Es hora, por lo tanto, de reconocer el Misterio, de encontrarte contigo mismo siendo amado, querido, útil, necesario. Es momento ya -porque si no, cuándo- de regresar a casa y reconocer el perfume de la pasta que tu madre ha preparado.
“El único trabajo es ser sencillos” [1]
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Notas
[1] Cita de una carta leída en los Ejercicios Espirituales de los universitarios de Comunión y Liberación, Rimini, Diciembre 2009