19 de julio de 2010

¡Oh!, ¿pues qué les diré?

Sigo aquí.

Hoy como a las 5pm, mientras escribía una nueva entrada a este blog empezó a caer un aguacero de Padre y Señor mío.

Por unos minutos me entretuve con una llamada de un conocido y para cuando colgamos el teléfono estaba lloviendo torrencialmente, al punto que me preocupé.

Salí y me di cuenta que había hecho bien en preocuparme.

El agua entraba a raudales cual torrente por la callecita de la entrada a la propiedad, se dividía en dos cauces: uno hacia mi casa y otro -el más fuerte- hacia el invernadero y las mesas de cultivo recién sembradas.

Me puse mis zapatos, el impermeable y tomé el paraguas para ir a ver y no más pisé la callecita el agua superaba la altura de mis tobillos. Cuando miré hacia el portoncito vi que difícilmente contenía el agua y el nivel de esta superaba al menos 50 centímetros el nivel del piso.

Volví la mirada atrás para ver hacia donde se desviaba el torrente y cuando me acerqué vi que la arena del camino se había lavado y con el agua, estaba siendo contenida por una malla que sirve (servía, quedó arruinada) para evitar que los perritos entren al área de los bancales.

El agua estaba subiendo de nivel minuto a minuto poniendo en riesgo los cultivos del primer bancal: 1300 lechugas con dos semanas de crecimiento.

Hice lo único que podía: romper la malla para que el agua y la arena corrieran líbremente. Para este momento había tirado por allá el paraguas y estaba por completo empapada. Así estuve trabajando debajo del aguacero, con el agua a la mitad de la pierna, hasta que me aseguré que los bancales estuvieran seguros. 

Claro, una vez asegurados los bancales, recordé que no había ido a revisar el invernadero.

Cuando llegué, la mitad del invernadero estaba inundándose. No era muy profunda el agua, pero lo suficiente para contaminar al menos las 12 filas de sacos hidropónicos hasta la altura del segundo o tercer saco.

Rompí con la punta de una pala el plástico de la pared para que el agua corriera líbremente. Me aseguré de que saliera y verifiqué que no estuviera roto el plástico del techo. Todo estaba en orden.

Cuando terminé había oscurecido y me fue muy difícil concluir por dónde se había metido el agua. Afortunadamente, una media hora después había amainado la lluvia y pude quedarme tranquila, pero solo por unos minutos, porque un poco después me avisó mi hermana que estábamos incomunicados porque los tres ríos que se deben atravesar para llegar a casa por cualquiera de las tres rutas de acceso a nuestro pueblo se habían salido de su cauce y corrían peligro quienes quisieran pasar sobre cualquiera de los puentes.

En eso, recordé que mi padre anciano andaba fuera con el jovencito que le sirve de chofer.

-oOo-

Cuando pienso que apenas hace una hora estaba tratando de hilvanar algunas ideas para esa entrada y que en tan corto tiempo estuvo en peligro la inversión y el trabajo de año y medio, y como si fuera poco, la vida de mi padre y de mi hermana que fue tan imprudente de cruzar uno de los puentes con el agua del río pasando sobre él.. Cuando pienso en eso, me parece tan trivial y tan carente de sentido lo que sea que estaba tratando de decir, que hasta siento desprecio por haber gastado de esa manera tiempo tan valioso.

Señor mío y Rey mío, la vida es tan frágil y breve como un suspiro, nuestros afanes pueden irse con la corriente y perderse en el oceáno con rapidez pasmosa. Para qué nos sirve tanto afán si no estás antes, durante y después en todo ello? Solo en Ti, todo esto tiene sentido.


-oOo-

Por cierto, mi padre está en casa, pero solo gracias a la Providencia, porque fue tan imprudente de también arriesgarse con el chofer a cruzar uno de los puentes.

Díganme ustedes nada más, ¿qué se puede hacer con parientes tan cabeza dura?

Darle gracias a Dios, supongo. Es lo único. No queda más.

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