Cuando abrí este blog en agosto del año pasado (si, agosto del año pasado, así de joven es este blog), lo hice, principalmente, porque deseaba ejercitarme en la humildad.
Había deambulado durante tantos años en Internet discutiendo tan pero tan infructuosamente que mi humanidad se había endurecido. Me había expuesto a tantas emociones que para protegerme me había construido una coraza de soberbia. Y ¡vaya!, no me reconocía. Estaba, definitivamente, herida.
Por supuesto, no es que haya sido yo toda la vida un dechado de humildad, pero aquella Maricruz de antes de agosto del año pasado, definitivamente, no era yo.
Así que, deseando recuperar la salud, inicié la jornada -pero esta vez-con el objetivo de que fuera ¡A Dios toda la Gloria!
Únicamente con estas dos ideas en mi alforja (y mis sandalias), eché a andar por los caminos del ciberespacio, en silencio y la soledad de Blogger sin anunciar a nadie mi existencia ni mis propósitos, de los cuales únicamente el Señor estaba enterado. Aquél fue el mismo gesto inocente de una adolescente que se compra un bonito cuaderno para decorarlo y hacer de él un diario. Así, exactamente. Y, además, como había recién conocido a don Giussani a través de Internet, elegí como lema para aquél que sería mi itinerario de fe, una de sus frases más preciadas:
"...sólo tomar conciencia atenta y también tierna y apasionada de mí mismo puede abrirme de par en par y disponerme para reconocer, admirar, agradecer y vivir a Cristo. Sin esta conciencia incluso Jesucristo se convierte en un mero nombre".
Sin darme cuenta en ese momento, aquél propósito unido a esta toma de conciencia atenta, tierna y apasionada de mi misma sería lo que –a través de mi humanidad- me llevaría a Cristo de vuelta y –como si fuera poco- a recuperar la salud. Así ha sucedido, exactamente.
Alguno echará broma a los “chielinos” por nuestra afición al Cardenal Newman, pero lo que desconocen es que –al menos en mi caso- no fue Comunión y Liberación la que me condujo al Cardenal sino la pasión del Cardenal por el ser humano; y no fue Carrón quien me mostró a Giussani ni siquiera Giussani quien me mostró a Cristo, sino mis heridas y este amor apasionado que tengo desde niña por el ser humano.
Amor que empezó a adquirir madurez y carácter tras una década de conversiones (si, claro, ha habido y habrá más de una conversión en mi vida), década tras la cual empecé a adquirir auténtica simpatía por mi humanidad.
Y a eso, precisamente venía; he venido a preguntarte a “boca de jarro”(como decimos en mi tierra): ¿Qué hace falta para que no tengas miedo de tu humanidad? ¿Cómo es posible el afecto por ti mismo, el afecto por tu humanidad tal como es?[1]
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“¡Lo que tienes que hacer esta noche antes de irte a dormir es dar gracias de que exista todavía una herida en tu humanidad!” porque gracias a ella tendrás la posibilidad de “reconocer, admirar, agradecer y vivir a Cristo” L. Giussani
Toma esta oportunidad para ser generoso contigo mismo y busca la respuesta, que ella te sirva para ofrecer ¡A Dios toda la Gloria!
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[1] Preguntas que lanza J. Carrón en el documento de los ejercicios espirituales de los universitarios de Comunión y Liberación. Rimini, Diciembre 2009.