¡Qué va, no! Todavía no, ni creo que nunca durante esta vida sabremos lo que es el amor. Tal parece que cada uno de nosotros va por la vida como a tientas recogiendo las migajas que se encuentra en el camino para llegar al final de la vida sin lo suficiente para ni siquiera haber llenado los bolsillos.
Uno nace dentro de una familia en la que, si tiene suerte, podrá hallar algo de amor porque -por lo regular- nacemos dentro de familias que no conocen el amor y lo confunden con tolerancia o comprensión.
Uno puede seguir así por la vida y hallar algún amigo, más tarde quizá hasta un marido que conoce el amor, un jefe o hasta quizá un hijo que se han enterado de qué va la cosa, sin embargo, con amor-amor, amor de ese que se necesita para saberse verdaderamente amado es muy difícil, casi imposible, encontrarse.
Porque el amor es tan difícil de hallar, tan difícil de definir y tan ajeno a nuestra naturaleza es por lo que tantos han tratado de contenerlo en palabras que nos los aproximen, quizá para que lo comprendamos y lo deseemos porque quienes hablan de él conocen sus beneficios. Eso ha hecho el Santo Padre con Deus caritas est, sin embargo, por más que nos lo razonen y expliquen como a párvulos, el amor solo llega a conocerse por experiencia.
Algunas circunstancias de la vida nos facilitan su conocimiento, por ejemplo, a mi me lo facilitó mi madre, me lo facilitó un tiempo atrás un novio, luego mi mejor amigo; también me lo ha facilitado mi experiencia con niños en edad pre-escolar, mi inclinación por las mascotas y ahora por mi chiles que -durante su corta vida de nueve meses- me han mostrado tal fortaleza, tantos deseos de vivir, tanta generosidad que -ahora- en vísperas de arrancarlos me ha dado cabanga y estoy como de duelo. Los chiles morirán, como mueren quienes nos han facilitado migajitas de amor, por eso, perder a cualquiera que nos ha mostrado de qué va el amor significa una pérdida tan grande.
Estar triste por unos chiles me ha hecho caer en la cuenta de que –verdaderamente- el amor no es algo propio del ser humano, de nosotros es propio el odio, la envidia, el orgullo, todo eso es hechura nuestra, sin embargo, el amor no nos es propio, nadie puede decir que nace amando, nacemos demandando amor, más no amando; tanto es así que lo pasamos buscando o exigiendo durante toda la vida.
Es bastante patética y triste la condición humana, la verdad que si, tan patética y triste como la de mis chiles, más sin embargo, el amor existe, existe y algunos le han conocido y le han conocido por experiencia, por la única experiencia posible para un ser humano que es la de entrar en relación con Él.
«No soy capaz, en esta oscura tarde de viento, atrio del invierno, de responder al estado de ánimo particular con el que me escribiste. Estoy demasiado cansado. Y lo único que siento – y mi fidelidad a los amigos más queridos es un símbolo experimental de ello – es que la esencia de la vida, de las aspiraciones, de la felicidad, es el amor. Un amor infinito, inmenso, que se ha inclinado sobre mi nada, y ha creado de ella un ser humano, un grano de polvo en cuanto al cuerpo, pero sin límites en la apertura ávida de verdad y de amor que constituye su inteligencia y su corazón. Un Amor infinito, enorme, que ha realizado el disparate de hacerme infinito como Él, a mí que, como ser creado, soy polvo finito». Luigi Giussani
Porque el amor es algo que conocemos entrando en relación con Aquél quien es su origen es que cada ser humano está en altísimo riesgo de no conocerle jamás, en riesgo ni de saberse amado ni de aprender a amar jamás.
Me parece que al final de cuentas mi duelo no es tanto por los chiles sino por el ser humano, por mi misma, quizá.
Nota: la palabra “cabanga” es un término que utilizamos en mi país para referirnos al duelo que se vive por motivo de cualquier pérdida. No está en el diccionario.
PD. Resultó que si estaba.
PD. Resultó que si estaba.