3 de octubre de 2010

¡Zaz!

Uno, que acostumbra a hacer las cosas de cierta manera y, a veces, cuando –por alguna razón- cambia el esquema ¡zaz! consigue ver algo que nunca antes pudo apreciar.

Hoy domingo fue el último día de las dos semanas de fiestas patronales en mi pueblo, desperté como cada domingo pendiente de ir a misa de once a Guadalupe.

Me dispuse a hacerlo y justo media hora antes de salir ¡zas!, me di cuenta que estaban empezando a lavar mi auto y además, que había dado inicio el desfile de carnaval y estaba pasando justo al frente de mi casa.

- Caray! , pensé. Parece que la realidad se confabula para que no pueda llegar a tiempo a misa. Bueno, me dije. No importa, iré a misa de cinco.

Aquí fue cuando me asaltó la idea: -¡Ah, genial! ¡Aprovecharé el gentío para vender mis chiles! Claro, lo único es que si saco los chiles a vender, para la tarde estaré muy cansada y empezaré a buscar excusas para no ir a misa de cinco y tendré que ir a misa de siete y, lo se bien, con mi suerte me da dolor de estómago, me caigo o me resfrío y ¡zas! termino faltando a misa. No crean, ya me ha pasado.

El caso es que me dije: -Voy a alistarme para ir a misa de once, los chiles pueden esperar y de la plata que me hará falta durante la semana ya el Señor se encargará.

Así lo hice. Para cuando terminé de alistarme, el auto estaba lavado y al momento de abrir el portón de la finca para salir con el auto, justo frente a mis narices pasaba el último chico del último grupo del desfile de carnaval.

Como les digo, todo esto sucedió en cuestión de media hora.

De regreso a casa, sentada con mi padre almorzando de domingo, le decía que hoy había tomado conciencia de algo nuevo, se lo expliqué así:

- Papá, mientras decidía no ir a misa de once si no de cinco (y quizá de siete o, con mi suerte, a ninguna misa), me apareció un desasosiego, sin embargo, cuando me aparté de la idea de vender los chiles y decidí no preocuparme por la plata o por el atraso, es decir, cuando confié mi circunstancia a Dios ¡zas! todo cambió.

Mire usted nada más, he hecho lo que más me gusta: ir a misa, regresé contenta y los chiles siguen ahí, tranquilos como siempre, esperando que los venda la próxima semana.

Me doy cuenta, papá, que uno que escucha poco su propio corazón.

Hoy, por ejemplo, cuando tomé la decisión de hacer lo que mi corazón decía estar en afinidad con Dios ¡zaz! obtuve, no solo la certeza de que hacía lo correcto y luego la confirmación de haber tomado una buena decisión si no que, además, una confianza, una paz y un contento que se bien no se me van a pasar fácilmente.

Uno, papá, repara poco en su afinidad con Dios.

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