19 de octubre de 2010

¿Notan la diferencia?

Bien, pues qué les voy a decir? A mi estas cosas de llevarme mal con la gente me ponen muy triste. Tristísima.

Soy de esas personas que disfrutan los cuentos, la magia de los magos, la espontaneidad de los niños y de algunos adultos que todavía siguen siendo espontáneos… Me encanta encontrarme con gente “freak”, con personas que generan ideas descabelladas para divertirse sanamente, por ejemplo, los que inventan fiestas de la nada, los que bailan sin ningún motivo y en cualquier parte, los que cantan en la ducha o cuando van en el auto solos…

Para mi es vital estar experimentando y promoviendo actos bellos, que me deleiten y de los cuales los demás gocen… por eso, y porque además soy optimista, extrovertida y feliz es que me pone muy pero muy triste no llevarme bien con la gente. Claro, se bien que es imposible llevarse bien con todo el mundo, pero se hace el esfuerzo.

Pues bien, porque soy así y porque espero cosas hermosas de la vida y de las personas –sin excepción- es que me ha dado recientemente por pensar en la forma en que tendría uno, como católico, que aprender a hablar con todo tipo de gente, particularmente, con la gente a la que uno le cae mal por el simple hecho de ser católico.

¡Qué se yo! Hablo de personas homosexuales como las que comentan en este blog, por ejemplo, o de ateos con los que con frecuencia me enfado.

Mientras en estos días he estado pensando duro, duro en cómo hablar con esta gente, me ha llegado hoy un correo de una persona señalándome dos cosas:

Primero, que la Virgencita nunca, pero nunca, nunca en sus apariciones se refiere a los ateos, homosexuales y demás personas que desprecian a su Hijo en esos términos sino que lo hace refiriéndose a “aquellos que no han conocido aún el amor de Dios”.

Segundo, que san Pablo y los demás discípulos, pero sobre todo san Pablo, tampoco nunca, nunca, nunca se refirió a los paganos en términos despectivos. Jamás. Y es cierto, ciertísimo.

Ahora bien, si yo quisiera cambiar la estrategia para hablar con estas personas tendría que considerar varias cosas:

• Hablarles al corazón, como mencioné en la entrada anterior, tal y como hace el Papa; es decir, con la verdad pero desde el afecto y la razón.

• Tener presente que son personas que no han conocido el amor de Dios.

• Referirme y dirigirme a ellos únicamente en términos que utilizaría con alguien por quien Dios tiene predilección.

Pongo como ejemplo para el cambio de mentalidad al que me refiero, porque se asemeja a esta situación a la que me enfrento, un ejemplo de mi vida privada:

Tengo una persona cercana que fue diagnosticada como obsesiva-compulsiva. Mientras estuve relacionándome con ella sin poder quitar la vista de la etiqueta que le colocó en su frente el psicólogo, no hice más que empeorar las cosas. Cuando la situación se agravó tuve que cambiar la forma de reaccionar y todo empezó a mejorar. Ahora me relaciono con ella pensando no en que es obsesiva-compulsiva sino anteponiendo el que es una persona que necesita equilibrio y salud. ¿Notan la diferencia?

Claro, y no crean que estoy propuesta a emprender –con la ayuda del cielo- este cambio por algo más que porque detesto llevarme mal con la gente, en verdad lo detesto, muchísimo.

Hablando en serio, desde mi perspectiva, tal parece que la realidad nos está forzando a cambiar la estrategia. ¿No piensan lo mismo?



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