21 de abril de 2010

De sentido común

Pasando a otro tema...

Fui catequista para la preparación al Sacramento del Bautismo por cinco años. Como pertenezco a una parroquia muy pequeña y además era la única catequista disponible, eso me ofreció la posibilidad de adquirir valiosa experiencia, la cual también resultó interesante porque vivo en área rural en tierra de campesinos y obreros; de tal manera, que cada tema que explicaba debía hacerlo tomando en cuenta: la doctrina, la teología relacionada, a los miembros de mi comunidad en su realidad socio-económica y a mi misma con mis destrezas y limitaciones, por supuesto.

Durante ese tiempo y por lo regular fue de gran ayuda trasladar los grandes y complejos temas, como el pecado original, a situaciones que se pueden explicar mediante el sentido común, ya que sentido común -poco o muy desarrollado- lo tenemos todos.

El sentido común, me ha sido útil también para explicarme situaciones que como Iglesia estamos viviendo y que parecen incomprensibles; una de ellas es por qué razón algunos católicos nos enfrentamos a otros faltando en lo fundamental, como es la Caridad y por tanto, faltando a la Verdad y a la Belleza. (Ustedes saben, todas esas situaciones carentes de Belleza en las que brilla por su ausencia la Verdad y en las que nos vemos faltando a la Caridad hacia con quien -hasta ese día- considerábamos estar de acuerdo en todo)

Buscando respuestas recordé la doctrina sobre los dones y frutos del Espíritu Santo que lo explica perfectamente, al menos para mi y en lo que concierne al plano de la colaboración con la gracia. Y es que además esta doctrina es uno de esos temas a los que podemos aproximarnos mediante el sentido común, ya verán:

Los dones del Espíritu según el catecismo de la Iglesia católica (1831) son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios; dones que poseen la particularidad que "completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben" y sucede así, nada más y como si fuera poco, porque "pertenecen en plenitud a Cristo", a quien estamos unidos por el Bautismo.

Qué quiere decir esto? El sentido común nos dice que, de nuestra unión a Cristo, derivan beneficios para el cuerpo y el alma que se dispone llegar a la meta dejándose "guiar por los impulsos del Espíritu".

Esto sería algo semejante a como cuando de chicos, entre más rígidos y temerosos estábamos para pedalear en la bicicleta nueva, menos conseguíamos sostenernos sobre ella y ni qué decir de hacerla avanzar. Por sentido común, avanzará quien está “unido” a la bicicleta confiando en que ella lo conducirá donde la mutua colaboración les lleve. Es pobre el ejemplo, pero para las mentes simples y sencillas de mis coterráneos, la imagen de la bicicleta, venía de perlas.

Pues bien, adónde llegaremos en nuestra unión a Cristo? A ningún otro lugar más que al que nos ha propuesto como meta: a gozar de Su eterna compañía que no es otra cosa que nosotros mismos plenamente identificados con El. Nuestra colaboración al 100% de nuestra capacidad posibilita que en esa unión con lo divino nuestra humanidad vaya aproximándose a su máximo esplendor, lo cual no es otra cosa que ir avanzando en la manifestación de los frutos del Espíritu: "caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad’ (Ga 5,22-23, vg.).

De tal manera, que cuando un católico, tanto en sus palabras como en sus acciones no manifiesta frutos del Espíritu, uno puede -por sentido común- admitir que es tiempo de empezar a rezar por esa persona, para que alcance cada vez una mayor identificación con Cristo y con ello la plenitud de su humanidad.

Por sentido común es claro en este caso, admitir que su camino de conversión será posiblemente prolongado y arduo, por lo que necesitará de un prolongado y arduo apoyo de nuestra parte, apoyo para el que viene de maravilla la intercesión de los santos.

Elegir la intercesión de los santos, también es cosa de sentido común, porque es más razonable que cuadrarse a señalar errores o pretender cambios que están fuera de nuestro alcance.

A estas renuncias se llega mediante el sentido común, pero sobre todo, mediante nuestra plena confianza en Dios. Confianza, que por cierto, es de admirar en el Santo Padre.

Por último, esta "receta" sobre utilizar el "sentido común" la aprendí, debido a que mi  poco desarrollado sentido común de entonces que me llevó por un camino de conversión prolongado y arduo, camino y en el que, posiblemente, alguien eligió interceder por mi, o sea, lo aprendí de nada que indique mérito de mi parte.

***

Claro, elegir la intercesión de los santos y confiar en Dios, no excluye que cuando –habiéndolo meditado por largo tiempo y con esmero- la conciencia nos indique la corrección fraterna imbuida de, primero, un muy puro amor de hijos a la voluntad del Padre; segundo, de un amor entrañable y gran celo por la salvación del alma expuesta al peligro. Pero, en todo caso, este sería un tema diferente del que nos estamos ocupando.

El punto es que, para aproximarnos y aproximar a otros al Misterio, es posible hacerlo mediante el sentido común.


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