2 de julio de 2006
Ayer te veía como Padre porque necesitaba de tu amor absoluto e incondicional, ahí estuviste, resguardando mi sueño, velando el llanto que por no lograr llegar a mis ojos, emanaba como aguacero silencioso en el patio solitario de mi corazón.
Ayer hacía un broma, decía: “¡Qué de angustias y trifulcas tiene la vida!. ¿Cómo sobrevivirán los corredores de bolsa?”.
Trato de reírme, Señor, porque no sabe uno si reír o llorar. Río o lloro con la primer y (espero) única experiencia de mi sobrino con la hierba?. Río o lloro con mi comunidad que distribuye malas y buenas noticias sin ningún reparo y provoca tempestades?.
Hace poco calmaste una tempestad:
¿No te importa que muramos?, gritábamos.
(Claro que te importa, nuestra vida es lo que más te importa,ella está en tus manos, te pertenece. ¿No habría de interesarte?).
Respondiste: “No sean cobardes. ¿Es que acaso no tienen fe?”.
(La tenemos, pero, amado Señor, tenemos miedo, ten compasión de nosotros)
“Cállate, silencio!” dijiste a la tempestad y ésta obedeció.
“Cállate, silencio!” grito para mi misma plantada en medio del patio inundado de mi corazón y en seguida sale la luz.
Tú, mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
Tú, la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
Este es el patio de mi corazón, Señor. Como decía Machado: “un huerto claro, donde madura el limonero”. Un patio con una fuente central de donde mana agua viva de donde bebo. Corredores amplios y frescos con piso de ladrillos. Flores y más flores por doquier, llenando de perfume y color este patio primoroso, el aroma del romero, la manzanilla y el orégano se suceden delicadamente llevados por la brisa.
Este patio hermoso que hemos construido juntos, rodeado por habitaciones de techo alto, con sus paredes blancas y antiguas y muchos, muchos muebles igual de viejos. Camas altas de metal con anchísimos colchones y suaves sábanas blancas bordadas. Un piano, un hamaca, mecedoras, percheros, espejos, bancas largas. Muy parecido al patio de la casa de mamá en el Pacífico.
Este patio, Señor, es el lugar de nuestro encuentro. Entro y salgo de las habitaciones que juntos hemos conseguido poner en orden; aunque -hemos de admitir- en algunas de ellas tenemos aún trabajo pendiente, ésas, unas pocas, en las que casi no entramos.
¡Qué lindo y agradable el orden que hemos construido juntos!
¡Qué linda la luz que lo acoge e ilumina!
¡Qué agradable es estar aquí, Dios mío, mi Rey y Señor!.