Porque los abusos sexuales no se dan, exclusivamente, entre personas del mismo sexo, declaro que:
Yo, como mujer, y que pude perfectamente haber sido de niña, adolescente, joven o de vieja, carnada para cualquier sacerdote joven o cincuentón, me fío de los curas.
Yo que soy mujer, y que fui educada en colegio católico rodeada de monjas así como de curas y que pude verme expuesta a situaciones en las que alguno pudiera haber irrumpido con violencia en mi privacidad, nunca-jamás, recibí ni de monjas ni de sacerdotes, acción o gesto alguno que me resultara siquiera sospechosa en este aspecto.
Yo que soy mujer, y que estudié en una universidad rodeada de sotanas y cuellos clericales y que en determinadas circunstancias pude verme expuesta a que alguno abusara de mi confianza, nunca recibí de ellos algo que no fuera respeto, camaradería y fraternidad.
Yo que soy mujer y que perfectamente, por ser colaboradora de párrocos y religiosos en mi comunidad, en ningún aspecto ni por motivo alguno podría siquiera mencionar algo, que mis ojos hayan visto o mis oídos escuharan, que ofendiera mi dignidad o la de alguna otra persona.
Yo que soy mujer y como he dejado claro, me fío de los curas, no obstante, yo, como ser humano, estoy profundamente perturbada por los abusos cometidos por sacerdotes. Como católica, deseo que se denuncie a los ofensores, que la justicia procese a los sospechosos y que si son hallados culpables, cumplan sin retardo su condena.
Me he fiado mi vida entera de los curas y toda esta gravísima situación no ha hecho mella en mi confianza, pero sepan que se retuercen mis entrañas cuando considero el silencio, la impotencia y las heridas emocionales de las víctimas. Por lo mismo exijo de la sociedad pero también colaboro con ella en la protección de la niñez y la adolescencia.
Me fío de los curas, pero también porque me fío de ellos, rechazo pública y firmemente la injusticia que se hace tratando de desacreditar a los cientos de miles de sacerdotes que han traído a millares de personas como yo, grandes bendiciones y con ellos pero, por sobre todos ellos, las riquezas que hemos recibido de parte de S.S. Benedicto XVI.
Si, yo me fío de los curas, y porque me fío, confío que desean tanto como yo, ser santos.
Esta es mi confianza y mi esperanza.
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La actual entrada sirva para solidarizarme con la iniciativa que expuso Embajador en el Infierno en su blog.
Deseo mencionar además los nombres de pila de sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas de los que me he fiado: Vilma, Marietta, Consuelo, Roxana, los dos sacerdotes que fueron en el colegio nuestros capellanes, Jorge, el padre Manuel y el otro Manuel, Tomás, Goñi, Odelin, Edwin, José, Félix, Mauricio, Clementino, Francisco, Eliécer, Oscar y el otro Oscar, Vicente, Bartolomé, Joselito, Hugo, Víctor Hugo, Esteban, Juan Pablo, Carlos, Alfonso, Lorenzo, Guido, Sixto, Jafet, José Antonio, Adrián y al menos una veintena más de quienes tengo sus rostros grabados pero que en este momento sus nombres escapan a mi memoria.
De todos y cada uno de ellos he recibido grandes riquezas en lo humano y espiritual, y claro, uno que otro disgusto, pero -como he declarado- nada que lastimara mi confianza en la gracia conferida al sacerdocio ministerial.
De todos y cada uno de ellos he recibido grandes riquezas en lo humano y espiritual, y claro, uno que otro disgusto, pero -como he declarado- nada que lastimara mi confianza en la gracia conferida al sacerdocio ministerial.