Solo admitir que en nuestra Iglesia católica existen personas, entre ellos algunos personajes públicos, usuarios y moderadores de foros, blogeros, etc., que se conciben “progres” o “tradis” o utilizan estas etiquetas en términos despectivos para señalar a otros, debería servirnos para entrar en estado de alerta roja ante un suceso, que al menos para mí, es motivo de perplejidad y preocupación.
De qué le sirve a estos católicos manifestarse en unidad con la Sede de Pedro si continuamente, unos y otros, desandan el camino de la hermenéutica de la continuidad y contrarían tanto el espíritu del Concilio Vaticano II como el que mueve a la Reforma de la Reforma, ruta por la cual pretende conducirnos el Santo Padre?
Todos apelan a la “caridad” y se regodean en ella para juzgar y sentenciar al otro. Es que acaso ignoran que no puede la Caridad expresarse sin la Verdad, o la Verdad manifestarse sin la Belleza? Y qué de Verdad, Bondad o Belleza, pregunto, existe entre hermanos que se juzgan y descalifican mutuamente?
Todos citan el famoso “humo de Satanás” que les sirve de muletilla y justificación para entrar con los tacos de frente a señalar y censurar al hermano, que encima de todo y para colmo, consideran un oponente. Pero es que acaso no se dan cuenta que entre hermanos de Cristo, en principio, como en la Trinidad, no puede haber algo que no sea Comunión?
Todos apelan al “derecho” para corregir fraternalmente al otro. Otra muletilla que les sirve de excusa para hacer valer su postura.Y es que, por si lo olvidaron o si no lo saben “La corrección fraterna procede únicamente de la caridad fraterna. No es, pues, la justicia quien la exige, sino el amor”. [1]
Dejémonos de cosas, el padre Royo Marín y todos los estimados moralistas, por más preciados que nos sean, no superan la Verdad de la Sagrada Escritura:
“El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. (I Cor 13, 4-7)
Por eso pregunto de nuevo, cómo es posible que con impaciencia, desatendiéndose de las razones y sentimientos del prójimo, envidiándoles, alardeando y envaneciéndose al utilizar con ustedes mismos o contra los demás los términos “tradi” o “progre”, procediendo con bajeza ante el “oponente” en procura de su propio interés, irritándose con ellos y conservando graves resentimientos, entristeciéndose porque se pide justicia y regocijándose en una verdad que es la suya propia y que –clara como la luz del día- no es la del Amor, continúen argumentando tener la razón?
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[1] P. Noble (En La vie spirituelle, citado pro Beringer, Repertorio universal del predicador t.15 p.250)
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Dios no se escandaliza de los hombres.
Dios no se cansa de nuestras infidelidades.
Nuestro Padre del Cielo perdona cualquier ofensa,
cuando el hijo vuelve de nuevo a Él,
cuando se arrepiente y pide perdón.
San José Mª Escrivá de Balaguer