Eleuterio Fernández Guzmán, blogero de Infocatólica, escribió una nota sobre el Camino Neo-catecumenal que me dió la idea de describir, lo más brevemente que me sea posible para ustedes, lo que hacen y cómo viven los miembros de las comunidades neo-catecumenales en la pequeña población en donde resido, que es un distrito pequeño de un cantón mediano, situado en las afueras de la capital de mi país y constituido por no más de 5mil habitantes.
Los del "Camino" (Camino neo-catecumenal) son aquí el movimiento más antiguo, de hecho el que primero conocí luego de haber andado un tanto alejada de la Iglesia durante mi juventud. Quiere esto decir que tengo de conocerlos 30 años, que es mucho tiempo por lo que espero ésto otorgue credibilidad a mis palabras.
La gente del Camino no siempre ha sido bien acogida por los párrocos que hemos tenido, algunos incluso, de manera escandalosamente obvia los ponen puerta afuera, pero ellos ni se inmutan, simplemente se trasladan a otra parroquia y siguen su ruta por ahí. Esto me ha llamado siempre la atención, porque cuando llega un párroco que hace esto con ellos, ni despotrican, ni se quejan, ni lo comentan, ni nada de nada, cuando uno se da cuenta es que nada más no están haciendo en la parroquia sus actividades y punto. Eso a mi me dice mucho, me dice que son gente prudente, discreta, obediente... solo para empezar.
Tienen algo que admiro muchísimo, son gente que a pesar de ser -en esta zona geográfica- de una no muy elevada condición social, se reproducen (cualquiera diría- "irresponsablemente") como conejos que, para asombro de muchos y envidia de algunos, logran sacar adelante maravillosamente.
Permítanme solo describirles un caso:
Permítanme solo describirles un caso:
Vicente y Mari vivían en una casa de finca porque Vicente era el cuidador de caballos de un señor adinerado. Cuando su hija Daniela, la mayor, andaba por los catorce años, el señor adinerado murió y ellos fueron desalojados. No tenían adónde ir, ni dinero ni nada más que su peroles y su ropa.
En un lote donde el papá de Mari sembraba plantas aromáticas les concedieron hacer un rancho. No digo que la casa donde vivían fuera ni siquiera una casa decente, estaba bastante derruida, pero el rancho al cual debieron irse era muy diferente, estaba hecho de latas de zinc y piso de tierra, un inodoro era de esos donde si dices tu nombre se escucha el eco y su ducha consistía en una pequeña habitación donde había una pileta de zinc con una magnífica manguera. ¡Puf! Nada de lujos, como podrán ver.
Allí fueron creciendo Daniela, Laura, Luis, Mauricio y tres hermanitos más, la más pequeña nació allí. Son siete en total, nueve por familia.
Vicente andubo muy preocupado por aproximadamente un año, tratando de construir algo mejor pero no alcanzó la ayuda del gobierno que requería por lo que su Comunidad le fue ayudando a construir una casita con el poco dinero que juntaban entre todos y que Vicente ganaba. Creo que han de haberla finalizado al cabo de un año, más o menos.
Hace poco tiempo me encontré, luego de mucho de no verlos, a Vicente y Mari en la Marcha por la Vida y la Familia. Fue un momento hermoso, muy emotivo para los tres, pero para mi fue algo especial porque al verlos allí, yo sabía cuánto podría estar significando para ellos haber asistido para decir con tantos otros como ellos, que vale la pena abrirse a la vida, vale la pena.
Sus hijos mayores, es decir, Daniela, por ejemplo, trabajaba y estudiaba, está ahora casada con un muy buen muchacho junto al que ha alcanzado una mejor calidad de vida y con quien ha constituido una familia según el modelo cristiano de sus padres. Laura está estudiando y va por el mismo camino, Mauricio todavía no piensa casarse pero está estudiando en la universidad lo mismo que Luis, estos cuatro van viento en popa. Mari todavía está en casa cuidando de los tres más jóvenes que están en la escuela y el colegio.
Son una familia encantadora, a veces pasan hambre, a veces no. A veces están decaídos como todo el mundo, pero aún así van a todas las reuniones de oración, a las Eucaristías, colaboran en la parroquia, llevan a sus hijos, éstos continuan como adultos en ellas y de esta forma, el buen modelo se reproduce a través de siete vástagos maravillosos.
El padre Munguía, decía un día que existen "santidades ocultas", pienso lo mismo y cuando lo pienso, pienso en gente como Mari y Vicente, en sus hijos, pienso en doña Orfilia que a su edad (debe rondar los ochenta) con su docena de hijos todavía sigue en el Camino, pienso en Cecilia y Fernando con su media docena, pienso en Sandra con su tercio de docena, en Yeti, su esposo y sus cuatro hijos, pienso en Grace y Heriberto y sus tres hijos, pienso en Edwin y su catizumba, el otro Heriberto con otra catizumba igual, en sus hermanos y esposas que no se les quedan atrás y me digo, seriamente me digo, que si el mundo aún se sostiene es por gracia de Dios, gracia que a través de estas personas, miembros del Camino neo-catecumenal, se deja ver y palpar a raudales, cosa que parece obvia, pero es que como saben, por todas partes del mundo hay ojos que no ven (o que no quieren ver).