7 de enero de 2010

¡Cuánta soledad!

Religión es relación, relación implica diálogo. La oración, ya sea de repetición o espontánea, es diálogo y en nosotros como católicos es, en primerísimo lugar, diálogo con Dios, Uno y Trino, pero también con María, Madre de Dios y los Santos. Sin este diálogo la religión deja de ser relación y a la que, sinceramente, no le veo mucho sentido. Ser católico sin vida de oración es como estar casado y no hablar con el cónyuge, ¡qué cosa absurda!

Pues bien, la vida de un católico sin oración es el aislamiento total. No se por qué, pero cuando un católico vive una intensa vida de oración sabe que está en comunión con Dios y con sus semejantes, con la creación entera (y además se le nota), por tanto, un católico sin oración es un católico que se encuentra solo por elección.

La vida sin oración es, sobre todo, soledad, pero de esta soledad derivan otros muchos males, como por ejemplo, que sintiéndose solo se busca asidero en sí mismo, en algo o en alguien más, de quien no, precisamente recibirá gracia, sino –lo que frecuentemente suele suceder- recibirá desgracia. Dado el caso que su asidero llegue a ser el mismo, pues qué flaco asidero, digo yo.

La vida cuando no se ora o no se reza, es soledad, donde la referencia –que es Dios, su gracia y su voluntad- si es que no se llega a perder, se difumina entre la multitud de preocupaciones y tareas de cada día.

Católicos sin vida de oración es lo que abunda y lo que padecemos como Iglesia. Católicos, ya sea consagrados o no, que no disponemos de tiempo para nuestra relación con Dios, María y los Santos, es lo que está afectando la vida del Cuerpo de Cristo.

Somos una multitud de seres aislados que, como órganos de un cuerpo, creemos que aislados podemos conservar la vida, cuando es todo lo contrario, un riñón aislado no puede mantenerse con vida, un pulmón sin el corazón y la sangre es un pulmón inútil.

Cosa curiosa, decía un Cardenal hace poco, que el combate que libra la Europa cristiana es un combate espiritual al que se enfrenta sin armas. Europa, aunque posea una significativa población católica, ha de ser un continente que ha dejado de orar; España, particularmente, una nación constituida por una multitud de órganos que creen que aislados -sin relación con Dios- lo pueden todo. La prueba de que no es tal y como aseguran la tienen ante sus narices y no la ven; tampoco la vemos, o deseamos verla, otros muchos católicos alrededor del mundo.

Bien lo dice Pablo “fortalézcanse en el Señor con la fuerza de su poder. Revístanse con la armadura de Dios…” que consiste en el cinturón de la Verdad, la coraza de la Justicia, el celo por la propagación de la Buena Nueva, el escudo de la Fe, la armadura de la Salvación y la espada de la Palabra de Dios; y “eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animados por el Espíritu. Dedíquense con perseverancia incansable a interceder por todos los hermanos…”

Será que la renovación de la Iglesia debe empezar por el restablecimiento del diálogo con Dios, María y los Santos? Pues si creo en la Palabra de Dios, tendría que asegurarlo, pero aunque no fuera la oración el punto fundamental, ¡qué camino en soledad, madre mía, es la existencia cuando no se ora!.

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